lunes, 22 de marzo de 2010

Ver a López Dóriga no es informarse

Estoy leyendo Homo Videns, de Giovanni Sartori. He de decir que tengo ligeras diferencias con su discurso, más allá de su tono fatalista. Me queda claro, sin embargo, que si le expusiera mis cuestionamientos me los rebatiría uno a uno sin problema, demostrando la congruencia en sus argumentos. Y yo mudo, cual novato. Así que no abundemos en ello.

He de admitir también que no pude haber encontrado lectura más oportuna para estos días, este mes y este año. Cedo, pues, por un momento, la palabra a Sartori:

Democracia quiere decir, literalmente, “poder del pueblo”, soberanía y mando del demos. Y nadie pone en cuestión que éste es el principio de legitimidad que instituye la democracia. El problema siempre ha sido de qué modo y qué cantidad de poder transferir (…) Para responder debemos volver a la opinión pública (...) Sabemos – lo palpamos todos los días - que la mayor parte del público no sabe casi nada de los problemas públicos (…).

Se podría pensar que siempre ha sido más o menos así y que para ello nuestras democracias han funcionado. Es cierto. Pero el edificio que ha resistido la prueba es el edificio de la democracia representativa. En ésta, el demos ejercita su poder eligiendo a quien ha de gobernarlo. En tal caso el pueblo no decide propiamente las issues – cuál será la solución de las cuestiones que hay que resolver (…)

El problema es que la democracia representativa ya no es suficiente y por ello reclamamos “más democracia directa” (…) Pero para serlo realmente, a cada incremento de demos poder debería corresponder un incremento de demos saber.


Giovanni Sartori, Homo Videns, 1997. El demos debilitado.

Aquí sí, coincido con cada palabra. Y no podían ser más puntuales ahora que se discuten en el Congreso las iniciativas de Reforma Política, propuesta una de ellas por el presidente Felipe Calderón.

En el decálogo del Presidente se plantea la idea de “darle más poder a la ciudadanía” a través elementos como las candidaturas independientes, la reelección de legisladores y presidentes municipales y la iniciativa ciudadana. (Detalles de la Reforma Política, haz click aquí). La pregunta es qué tan listos estamos para recibir más poder. ¿Conoce el público los temas de la agenda nacional?

El asunto no es menor. Podemos sentirnos impotentes ante el inmovilismo de nuestros políticos y suponer que merecemos el control en una democracia directa; lo cierto es que la impotencia es hermana de la incapacidad. ¿Qué tan capacitados estamos para tomar las riendas y las decisiones del país? ¿Qué autoridad moral tenemos para exigir a nuestros políticos? ¿Conocemos los temas? ¿Estamos informados? Antes de responder ‘sí’ en voz alta, asegurémonos de no suponer que estar enterado es ver el Noticiero con Joaquín López Dóriga. Hay que leer.

No. No estamos preparados; y sí, queremos las riendas del país. Empecemos entonces por el principio. Tomémonos en serio este asunto y mantengámonos informados. Sólo una sociedad que está al tanto de los temas públicos puede exigir y autogobernarse.

De otro modo, la democracia se convierte en un sistema de gobierno en el que son los más incompetentes los que deciden. Es decir, un sistema de gobierno suicida.

Giovanni Sartori, Homo Videns, 1997. El demos debilitado.

lunes, 1 de febrero de 2010

Teorías de la reforma muerta




A la reforma política de Felipe Calderón no se le podían criticar muchas cosas. El diagnóstico y los objetivos que la justificaban eran incuestionables: fortalecer la relación entre ciudadanos y sistema político es urgente en México. Tal vez había quien pusiera en duda algunos aspectos de forma, pero el fondo era un punto de acuerdo general. No se puede negar que tenemos problemas de gobernabilidad que hace falta mejorar.


Sin embargo, hay quien ya la da por muerta. Parece que nada ocurrirá con el decálogo propuesto por el Gobierno Federal. En gran medida, esto se debe a las alianzas PAN-PRD que se pretenden formar para las elecciones de este año en algunos estados.


El PRI se enojó. No le gustaron las coaliciones y endureció su postura en contra de la propuesta de reforma política. Sobra decir que el apoyo de este partido en el Congreso es vital para lograr una reforma decente.


Es un hecho paradójico: una buena propuesta de reforma muere antes de nacer. Entendamos lo incomprensible.


El presidente Calderón sabía que esto iba a pasar. Que a nadie le extrañe que el PRI se molesta por las coaliciones PAN-PRD en su contra. Que nadie se llame al asombro cuando esto interfiere en la reforma política. Y que nadie sugiera que la idea de las alianzas no pasó por el escritorio del Presidente.


Pongámoslo en menos palabras: las coaliciones y la reforma política son excluyentes una de la otra. Al favorecer las alianzas de su partido con el del sol azteca, el presidente Calderón escogió las elecciones por encima de la reforma urgente que a todos gustaba.


Vaya que tiene en orden sus prioridades.


Pero hay otra hipótesis. La anterior supondría que primero pensó en la reforma política, después en las elecciones, dio mayor importancia a los comicios de este año y favoreció las alianzas aunque éstas afectaran su propuesta. En realidad pudo haber sido de otro modo: pensó en las elecciones, pensó en las alianzas y puso sobre la mesa un debate diseñado para que él lo ganara, aún cuando la reforma se perdiera.


El PRI, molesto por la nueva amistad entre el PAN y el PRD, jamás apoyaría la reforma política, pero tendría que argumentar en contra de una propuesta que a la ciudadanía le gusta. Así, llega debilitado a las elecciones.


Sea como sea, hay algo claro: el Presidente siempre supo que su propuesta de reforma política estaba muerta. Nunca vio seriamente la posibilidad de que se llevara a cabo. Ya tenía las alianzas en mente. Pensar que algunos le crímos.


jueves, 7 de enero de 2010

En Brasil lo tienen claro



Para septiembre de 2009, ya había anunciado y confirmado su salida de la crisis mundial. Fue de los últimos países en entrar en dificultades financieras, y de los primeros en superarlas.

Seis años antes, en 2003, los economistas nombraron a Brasil, Rusia, India y China como las economías que dominarían al mundo en el futuro, pero había muchas dudas sobre la ‘B’ en el acrónimo BRIC. Hoy están despejadas.

El escepticismo está fuera de lugar.

De pronto, Brasil apareció en el escenario mundial. Hay datos que así lo prueban: su economía tiene un crecimiento anualizado del 5% (el crecimiento anual promedio de México es de 1.6%) y los hallazgos de yacimientos de petróleo en aguas profundas, en 2007 y 2008, hacen pasar al país amazónico del lugar 16 al 12 en el mundo, en cuanto a reservas de hidrocarburos.

Sin embargo, su llegada al panorama global se marcó simbólica y oficialmente al ser la sede de los Juegos Olímpicos de 2016, superando al carisma de Obama con su apuesta por Chicago.

El despegue de esta nación es admirable, sobre todo porque, a diferencia de otros, es consecuencia de reformas y consenso democrático. China no puede jactarse de lo mismo.

No hace falta decirlo en voz alta, es evidente que todos nos lo preguntamos: ¿qué hicieron bien en aquel país suramericano? La respuesta es simple. Brasil cuenta desde mucho tiempo atrás con un proyecto de nación y una voluntad decidida para llevarlo a cabo. El presidente Lula trabaja para convertir a su país en una potencia y remueve todo lo que se oponga.

Allá en Brasil lo tienen claro.

Y ante esto es inevitable sentir impotencia. ¿Cuándo habrá rumbo en México? Atrás quedaron los días en que América Latina tenía dos países líderes del mismo nivel, hoy sólo rige la verde amarela.